«Me preocupa que nuestras circunstancias nos lleven a la permanente respuesta agresiva y excluyente»
Martes, 15 de enero 2025. EL IDEAL

¿De qué hablamos cuando nos referimos a la calidad humana? ¿A la calidad física del individuo? ¿ A la calidad caracterial? ¿ A la de su ética? Y ¿Quién las mide? ¿Nuestra ética? ¿Acaso la valoramos desde nuestro carácter? ¿Desde qué altura juzgamos la calidad del otro? Cuántas preguntas y qué difícil encontrar una respuesta objetiva, al menos así me lo parece a mí. El consenso social apunta a que el conocimiento, el equilibrio y la sensibilidad son valores medibles, - no sé cómo- , a la hora de sopesar la calidad humana de una persona.
Si nuestra reflexión sigue estos derroteros, cabría pensar que a mayores niveles, tanto en los valores principales citados antes, como en secundarios tales como empatía, respeto, solidaridad, consideración, etc., de mayor número de posibilidades dispondremos de ser reconocidos y reconocidas, como poseedores de una calidad humana que, además, en ciertos casos es calificada de buena. Entonces ¿podríamos afirmar que ser humano implica contar con unas cualidades que, potenciadas, infieren una calidad, buena o no, a quienes las poseen?
Sí, estoy reflexiva estos días. No acababa de aclararme en una disyuntiva: si las cualidades que nos dotan o no de calidad son innatas o adquiridas. Si son innatas ¿de qué depende que las desarrollemos? Y todas las respuestas posibles me llevan a la Educación, que no solo me vale si no que es imprescindible para que, si no son innatas, las adquiramos. Educación, Educación y Educación, insistiendo en la mayúscula.
Probablemente, las personas que se comunican a voces, las que no dejan hablar a los demás, las que optan por un permanente ataque, antes de tomarse el tiempo en responder a una pregunta, no han sido educadas. Nadie les ha enseñado a entender que todo lo que hacen o dicen acarrea unas consecuencias, que el resto no está obligado a pensar como ellas y que esto no significa que sean sus enemigos.
Me preocupa que nuestras circunstancias nos lleven a la permanente respuesta agresiva y excluyente. Y aunque me alivia y alegra mi capacidad de sorpresa antes esas actitudes, no por eso dejan de saltarme las alarmas. A una persona le desaparecen unas celosías de hormigón de la valla de acceso a su casa y denuncia a bombo y platillo que su barrio es víctima de la delincuencia. Otra que la escucha aprovecha para añadir que sí, que esto es una vergüenza y que dónde vamos a parar. Una tercera que acude al ruido lanza un misil, ¿tus perros no han oído nada? La preguntada, enmudece unos segundos y contesta – yo la visualizo con los ojos entornados y asintiendo con la cabeza – eso es alguien del barrio que ellos conocen, porque no ladraron. Y aparece la cuarta y, aprovechando el Pisuerga deja caer que en este barrio ya sabemos lo que hay y luego pasa lo que pasa. A estas alturas todos los escuchantes tienen ya al culpable en la cabeza.
Las celosías estaban mal pegadas, se cayeron y trabajadores municipales que andaban de poda las retiraron de la acera. Atacar como primera reacción también es una cualidad humana, pero la mano de la Educación puede conducirnos a la calidad, ganaríamos todos.
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